My Favorite War

“Mi guerra favorita era la Segunda Guerra Mundial”, asegura la protagonista del film en un pasaje que relata su niñez. Por entonces ya ha quedado claro que el título, My Favorite War, es tan irónico como cuando Georges Brassens cantaba aquello de que la guerra que prefería era la de 14-18. La película, escrita y dirigida por Ilze Burkovska Jacobsen a partir de su experiencia en la Letonia perteneciente a la Unión Soviética, es un alegato pacifista y una denuncia del autoritarismo del régimen comunista.

En breve retomo el tema tratado, pero antes quiero comentar su creativo uso de animación, que la cineasta combina con pasajes documentales e imágenes de archivo. El film oscila de hecho entre la ficción y el documental y donde más se aprecia ese carácter híbrido es en su estética. La mayor parte del metraje es animado, pero regularmente intercala fotografías o fragmentos de documentales, programas de televisión, películas…

Ocurre por ejemplo que asistimos una escena animada de un momento particularmente importante de la infancia de la protagonista y entonces vemos un documento de vídeo de ese evento. Otro ejemplo: la ilustración del edificio en el que vivía da paso a una fotografía tomada desde el mismo punto de vista, así que comprobamos hasta qué punto los fondos son fieles reproducciones. Imagino que la directora quería recordarnos que aquello que se cuenta está basado en lugares y hechos que ocurrieron, subrayar su aspecto documental y autobiográfico.

Sin embargo, el no apartarse nunca de lo sucedido no impide que la animación se tome ciertas licencias poéticas. El diseño de personajes y la animación son más bien sencillos, limitados, como suele ocurrir en este tipo de proyectos de bajo presupuesto. Ahora bien, puntualmente figuran pasajes imaginativos, como cuando el plano empieza a llenarse de flores en un momento en el que la protagonista se siente particularmente satisfecha consigo misma.

Y ahora sí, vuelto al asunto relatado aquí: qué supone crecer en un régimen autoritario. Ironiza la autora, en la primera escena del film, al afirmar que ella nació en el lugar más feliz del planeta. Cita un dicho, “verdaderamente felices son aquellos que no tienen que elegir”, y acto seguido se pregunta si es válido, puesto que todas las elecciones fueron hechas en su lugar. Con esa acertada frase de presentación resume Ilze Burkovska Jacobsen el autoritarismo.

Lo interesante del punto de vista, de situarse a sí mismo como personaje central, es que ella fue, durante su infancia y buena parte de su adolescencia, una ferviente comunista que creía en el régimen o, al menos, en que el Partido Comunista podía garantizar su prosperidad. Que en ese extremo ideológico se vayan instalando primero dudas y luego una creciente oposición es uno de los aspectos más atractivos de esta propuesta. De modo que figuran críticas a un sistema corrupto e ineficaz, pero la crítica deriva, en la mayor parte de los casos, del mero relato de una infancia bajo el paraguas del comunismo soviético. Al fin y al cabo, una de las maneras más poderosas de denunciar un régimen autoritario es describir su funcionamiento, conocerlo: el espíritu crítico, el nuestro y el de la adolescente protagonista, se encargan de sacar las conclusiones.